Yak, Yarlung Tsangpo, Yamunotri, Yerupaja, Yety, Yo, Yodel, Yosemite, Young, Younghusband
Yo
Cuando estamos orientándonos con el mapa en el monte las cosas que más nos ayudan a perdernos son dos: que no nos fijamos en el entorno y si lo hacemos es con lo que se llama; el efecto de torcer el mapa. Estos hechos consisten simplemente en ignorar la realidad y hacer que esta cuadre con lo que nosotros queremos, en lugar de ser nosotros los que vemos e interpretamos esa realidad para orientarnos en el terreno. A veces estamos convencidos, equivocadamente, de que el pico o el collado que tenemos enfrente es al que queremos ir, entonces nos empeñamos en hacer coincidir lo que queremos con los símbolos dibujados en el mapa. La casa, el sendero, el río que vemos en el terreno nos empeñamos en que coincida con el mapa y si no es así, la conclusión es que este esta equivocado. Eso es torcer el mapa.
En mayor o menor medida, lo que todos vemos no es el mundo real, sino lo que nuestro yo interpreta a través de los sentidos, una invención del mundo que también se encuentra en continua transformación; por ello no coincidimos siempre con lo que interpretan los demás. A eso se añade el ego que es la imagen que nos construimos de nosotros mismos. Como estamos viendo es fácil alejarnos cara vez más de la realidad. En alpinismo el mayor peligro de estar en la montaña no es la naturaleza, si no esa realidad subjetiva que nos fabricamos. Un juego de espejos típico de la escena de Orson Welles donde el yo se pierde.
Una parte importante de esa distorsión de nuestro yo la crea lo que se llama presión social. Lo que piensen y digan los demás de nosotros nos pesa y nos condiciona; algunas veces directamente, otras en forma de rechazo. Subimos montañas que otros de nuestro entorno ya han ascendido para no ser menos que ellos, otras veces intentamos ser los primeros y además es importante que se sepa. Sí la moda es ascender ochomiles, o hacer salto base no podemos dejar de estar ahí. En ocasiones no nos damos la vuelta una situación comprometida por el que dirán, ¿dónde quedaría nuestra imagen? Nos comportamos de determinada manera porque es lo que se espera de nosotros; somos chistosos, o no nos cansamos, o rápidos. Pertenecemos a un grupo por diferenciarnos de otro, porque somos distintos, incluso despreciamos a quien esta fuera de nuestro clan para ganarnos las simpatías de los nuestros. Hacemos muchas cosas por nuestra imagen frente a los demás, como diría Witol Gombrowicz somos lo que los otros quieren que seamos.
Con las redes (una red es para cazar o pescar) sociales, curiosa trampa, el yo tiende a perderse. En el libro La broma infinita de David Foster Wallace, que recrea una fábula futura, hay un capítulo en el que el mundo de las video llamadas trastoca por completo la conciencia física que cada uno tiene de si mismo. A tales niveles que ni siquiera el interlocutor sabe que la persona que le responde es justo la persona a la que quería llamar. Llega un momento en el que no sabemos si el que ha hecho la actividad somos nosotros o nuestra imagen. Tanto es así que sin ir más lejos hace unos días, salió la noticia de que físicos japoneses proporcionan nuevas pruebas que respaldan la posibilidad de que todo lo que nos rodea no sea más que una proyección holográfica. ¿Entonces qué es lo que nos queda? Que el mundo exterior no exista no representa ningún problema cuando hacemos las cosas que creemos que debemos hacer, el problema de si el exterior no existe es que nos hundimos cuando vivimos pendientes de él.