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Waddington, Walker, Watzmann, Weisshorn, Welzembach, Whillans, Whitney, Whymper, Wielicky, Wiessner, Wilderness, Winkler, Wundt

Wilderness

Wilderness. No voy a hablar ni del libro sobre los últimos escritos de Jim Morrisón, que vio la luz en 1989, ¿por qué fueron necesarios tantos años de silencio? Ni de los códigos panfletarios de comportamiento en la montaña elaborados por la UIAA, de los que nadie se acuerda. Voy ha hablar de la relación entre montaña, como actividad humana, y medio, lugar donde se desarrolla dicha actividad. Nos movemos en el medio natural para conquistar algo, sea físico o espiritual, y una cosa no puede sobrevivir sin la otra.

En el principio de los tiempos cuando Moisés subió al Sinaí; el hombre, el medio, la ley e incluso Dios estaban todos relacionados. Con el tiempo el hombre se ha hecho deportista, el medio es un espacio con tendencia a encogerse, la ley es el capital y Dios aplaude desde el asilo. Cuando se fundaron los primeros clubs alpinos el científico y el montañero eran la misma persona. Se entendía por naturaleza todo aquél entorno no contaminado, inexplorado y desconocido que se abría más allá de las ciudades y los pueblos. El lugar en donde todos aquellos que se atrevían podían experimentar el encuentro directo con los grandes espacios. Disfrutar de la soledad, el silencio, los ritmos, las dimensiones, las leyes naturales y los peligros de estas.

Hoy el mundo ha cambiado, cosa lógica, nuevas ideas han triunfado y otras se mantienen aunque vestidas de otra manera. La cuestión estriba en qué es lo que queremos salvaguardar, aunque eso suponga un esfuerzo suplementario por nuestra parte. El concepto de wilderness, que se podría traducir como “medio natural, o naturaleza agreste sin alterar por las actividades humanas”, se parece al de alpinismo “por mis propias manos” en el sentido de descubrimiento y de la menor huella posible dejada. Las dos ideas comprenden factores psicológicos y éticos íntimamente relacionados con el ser humano. Y ahí, en el ser humano, es donde todo se desmorona; el hombre es capaz de lo mejor y de lo peor. Debería ser nuestro comportamiento consecuente el que nos librara de la destrucción.

Perforar la roca o las montañas, talar árboles o arrasar los bosques, desplegar carreras multitudinarias en un espacio protegido (protegido porque es frágil), hincharse de productos que llevan al fraude, realizar actividades con un despliegue de medios desmesurados, avasallar a las poblaciones autóctonas con nuestra prepotente sociedad… Son agresiones contra el medio ambiente, la cultura y el ser humano. En principio todos ellos son actos destructivos. Debemos de tenerlo claro; y a partir de ahí tendremos que poner medios y soluciones para que esa destrucción sea sostenible, si acaso lo es. Además todo esto no es para nada alpinismo. No digo rotundamente que no se puedan realizar, digo que tendremos que pensar en lo que hacemos, para que lo hacemos y como lo hacemos.

Nos enfrentamos a una merma del espíritu montañero, que viene dado por un deterioro del ser humano en general, menos visible pero no menos peligroso que la degradación física del entorno de montaña. Preferimos dejar huellas fáciles; en las paredes, los caminos, las cimas y en la memoria instantánea de los demás. Ser chisme, que se hable de nosotros, da igual que sea para bien o para mal con tal de que se hable. Caemos en Una vorágine donde huimos hacia adelante, cada acto entierra a los anteriores, y en cada momento hay que inventar algo nuevo aunque no posea ningún valor. Tenemos que ser capaces de darle la vuelta a esta tendencia, dejar de preocuparnos por el instante y pensar un poco en nuestra responsabilidad con el futuro. ¿Se nos recordará? Si es así ¿Qué habremos dejado?

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