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Turismo

Haz turismo invadiendo un país, es el verso que da título a una canción de los Celtas Cortos. Estábamos en los años noventa y ellos se referían, con cruda ironía, a las invasiones de países por parte de los ejércitos de los estados todo poderosos. Con una mirada sarcástica comparaban las incursiones militares a una excursión turística. Pero también se le puede dar la vuelta a la idea: ¿Hacer turismo es invadir a los otros?...Solucionan todos los problemas invadiendo el lugar señalado.

Realmente, si lo pensamos bien, todo viajero, turista, alpinista, influye en su entorno a lo largo de su viaje o escalada. De hecho influimos, y nos influyen, en todo, sin ni siquiera movernos. Pero cuando vamos a otro lugar transportamos todas nuestras creencias con nosotros y nos movemos según ellas, y tal vez sin darnos cuenta se las imponemos a los habitantes del nuevo territorio a colonizar. Además en muchos sitios tienen especial interés en quedar bien, es lo que se llama fidelizar clientes. Lo de quedar bien, frente al posible pagano, me lleva a sonreír pensando en la irónica película ¡Bienvenido, Míster Marshall! Donde los habitantes de un pueblo de Castilla se visten con traje andaluz, por lo de agradar más.

Como turistas tenemos un poder económico y cultural que nos permite invadir el entorno; la naturaleza y a los demás seres humanos. Cuando bajamos del avión en Delhi, Pekín, Lima o Barcelona , los aborígenes del lugar nos ven como un euro occidental andante, y harán por adaptar sus productos a nuestras apetencias. Si el turista pide agua caliente, determinada bebida de cola, cuerdas fijas, oxigeno y tienda bar a cinco mil metros, y lo paga, lo tendrá por ilógico que sea. Si compramos, por unas monedas, la pose ante nuestra cámara, aunque les disguste a los modelos capturados, la obtendremos. Si nos reímos de las creencias o costumbres de otros individuos más pobres, acabarán avergonzándose de ellas. Si usamos nuestra economía, frente a la suya, para utilizar a las personas de bestias de carga, los estaremos esclavizando. Cuando damos la mano o besamos a alguien de otra cultura, tal vez le estemos ofendiendo. Si nos lavamos sin pudor en cualquier lugar, contaminamos los ríos y las mentes de quien nos observa. Si sólo nos interesan sus costumbres por su rareza, acabarán montando un espectáculo turístico donde el único valor será el económico. Y que decir de las visitas a los templos; ¿entraremos con pantalones cortos y la cabeza sin cubrir, o con la cabeza cubierta y calzados, o descalzos y rapados? ¿Quienes nos creemos que somos nosotros para pretender que nuestro mundo es el mejor?

Por supuesto siempre existen personas que alegan que ellos no son turistas, que viajan de una manera distinta, y siempre mejor, que la mayoría. Claro que hay muchos modos de hacer las cosas, pero aquí sólo estamos hablando de que cualquiera de nosotros al ir a escalar a otro país, al ir a subir una montaña lejana, llevamos un bagaje que nos permite imponer nuestras ideas. Cuando estamos de vacaciones deseamos que nos lo organicen todo perfectamente y que no tengamos que preocuparnos del futuro en esos días de descanso. Como todo, hacer las cosas bien requiere un esfuerzo; no es suficiente con lo que nos gustaría, hay que implicarse en lo que queremos. Todos somos turistas, al viajar todos transformamos a los demás. ¿Cuánto? ¿Cómo? En nuestras manos está la diferencia.

Son turistas en viaje de grupo
recorriendo todos los continentes
van con todo el careto tapado
de pintura para ser más valientes
son los rambos que todos los niños
quieren ser cuando sean mayores…

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