• Inicio
  • Diccionario de Alpinismo

Rabadá, Rápel, Ravier, Rebuffat, Reseña, Reunión, Riesgo, Riglos, Rimaya, Robbins, Robson, Roskelley, Rotpunkt, Russell, Rurp, Ruwenzori, Rutkiewicz

Riesgo

Erase una vez un remoto país perdido entre las impenetrables junglas tropicales. Un lugar donde las nubes se movían adaptándose a los frondosos verdes de las laderas de las colinas, y donde sólo se oían los cantos de los pájaros que vivían en la infinitud de los arboles. Tras años de sangrientas luchas tribales, un nuevo emperador había logrado una larga y duradera paz para sus súbditos.

Con tanta concordia, prosperidad y bien estar, los antiguos guerreros empezaban a engordar y entontecerse a ojos vista. Fue en esos instantes de la historia cuando a uno de esos aguerridos soldados le dio por ir a buscar frutos al bosque para saciar su glotonería. Se subió a un árbol y como estaba gordo como un tonel se le partió una rama y cayo de cabeza hacia el duro suelo. Vio su final acabando espachurrado en la hierba. Me mato, pensó. Pero no fue así, cayo partiendo ramas de árbol a árbol hasta que llego suavemente a las plantas a ras de tierra. Una amplia sonrisa ilumino su rostro: había saboreado la sensación de cruzar los limites y volver ileso. Casi había tocado otro mundo, pero seguía viviendo. Viviendo intensamente, su corazón palpitaba como una locomotora.

Convirtió su descubrimiento en un entretenimiento habitual y la búsqueda de sensaciones para si mismo como algo cotidiano. Más tarde compartió el secreto con sus amigos más cercanos, y así pudieron formar un grupo en el que intercambiar impresiones. Buscaban un árbol alto y se tiraban de rama en rama y de árbol en árbol hasta aterrizar en la superficie del suelo. Descubrieron nuevas argucias para aguantar más tiempo en la foresta y nuevas sensaciones ya olvidadas: el éxito, el fracaso, la angustia, el estrés, la superación, el miedo y el temor a la muerte. Hubo varios accidentes, algunos de ellos nefastos puesto que no siempre se llegaba a la rama salvadora, o bien ésta no lo era tanto como parecía de lejos. Después por las noches se reunían para festejar sus rasguños o quebrantos con alcohol de coco y canciones desordenadas.

Corrió la voz de tales desmanes por todo el territorio. Y llegaron las noticias hasta los oídos del mismo emperador. Este se echo las manos a la cabeza y se horrorizo de que hubiesen tantos muertos por accidentes arbóreos en su estado perfecto. Su primera reacción fue prohibir de un ramazo tal atrocidad. Pero su primer ministro, vil, sibilino y mediático, le aconsejo que dejara el asunto en sus manos. El primer ministro creo varias comisiones de expertos, ninguno de ellos era de los saltadores, para que prepararan unos saltos homologados que se harían delante de todo el aburrido pueblo como diversión para celebrar el cumpleaños del emperador. La más importante innovación que introdujeron los expertos fue crear un buen colchón de hojarasca; este era para evitar que si fallaba alguna rama, los posibles concursantes no se lastimaran gravemente contra el duro suelo. Por seguridad decían. Los saltadores de verdad se quedaron estupefactos: ¿dónde están entonces las sensaciones que buscamos? Con esta formula se empezaron a apuntar todo tipo de elementos oportunistas, todos los que antes no se atrevían a saltar. Y aún así había algunos que seguían sin atreverse a hacerlo. Fueron estos los que empezaron a idear complejos esquemas de seguridad, formaciones interminables y regulaciones rocambolescas de cómo había que hacer las cosas y de que es lo que era valido y lo que no.

Y al fin llego el gran día de la fiesta, el espectáculo y las recompensas estaban preparadas ¿Pero donde estaban los iniciadores del juego? Se decía que habían desaparecido hacia el fondo de la emboscadura.

info@edicionesverticualidad.com