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Qaf, Qingcheng San, Quasar, Quayrat, Quechua, Quebrada, Quervain, Queyras, Quintana

Qaf

La Kaaba, en la tradición islámica es el centro del mundo. Y Qaf es el nombre dado a la montaña que rodea al mundo terrenal. Los antiguos árabes pensaban, por regla general, que la tierra tenía la forma de un disco circular plano. Y el monte Qaf está separado del disco terreno por una región infranqueable. Según algunas descripciones, la montaña está hecha de esmeralda verde y de su reflejo proviene el verde, para nosotros el azul, de la bóveda celeste.

Las montañas hacen imaginar constantemente a los hombres, suscitando por su posición de altura privilegiada, a la vez que espectacular e inaccesible, toda suerte de sueños, fantasmas, aspiraciones y codicias. La relación con las montañas sagradas de todas las mitologías religiosas se ha ido modificando con el tiempo, así mismo esa relación ha ido marcando también la historia del Alpinismo; que al fin y al cabo es la conquista de las montañas por el hombre. De unas montañas sagradas e inaccesibles, hogar de los dioses, hemos pasado a unas cumbres conquistadas y banalizadas, casa de nadie. Pero muchas ideas que han rodeado, o rodean, el mundo del Alpinismo están relacionadas con la sacralidad de las montañas.

La montaña Qâf es la montaña cósmica, eje del mundo y atalaya de los creadores, constituida por las esferas celestes encajadas unas en otras. La montaña esta en los márgenes del mundo conocido, del universo representado. El Qaf no puede alcanzarse ni por tierra ni por mar; según palabras del Profeta, una extensión obscura lo envuelve, y hacen falta cuatro meses, por lo menos, para atravesarla. Las montañas en principio son inaccesibles, nos dan miedo o terror, son una fortaleza con un secreto o tesoro y una muralla infranqueable, de ahí surge el deseo en el hombre por alcanzar sus cumbres.

¿Cuál es, entonces, el camino para entrar ahí? ¿O para salir? ¿A qué distancia se encuentra? Por mucho que andes -se nos responde- es al punto de partida a donde vas a llegar de nuevo, como la punta del compás volviendo sobre sí misma. ¿Se trata, simplemente de salir de uno mismo para llegar a uno mismo? De ningún modo nos dice la tradición. Entre la salida y la llegada, un gran acontecimiento lo habrá transformado todo; el yo que se vuelve a encontrar allí es el que está más allá de la montaña de Qâf, un yo más maduro. Es el camino el que transforma. Las pruebas a superar es lo que le da valor a la montaña. Cuando recordamos las ascensiones pasadas ¿importa mucho sobre qué montaña se han realizado? O sólo es un nombre y lo más importante, es decir lo que realmente nos ha marcado, ¿no es con quién se han ascendido? ¿qué hemos sentido en determinados momentos? ¿cuándo hemos tenido que esforzarnos al máximo para encontrar una salida, no es lo qué queda? ¿Al final lo recordado no es lo vivido?

Habrá sido necesario bañarse, como Khezr, el maestro espiritual invisible o Khadir, el hombre verde, el eterno peregrino; en la Fuente de la Vida. Aquel que ha encontrado el sentido de la verdadera realidad, ese ha llegado a la Fuente. Cuando emerge de ella, ha alcanzado la aptitud que le hace semejante a aquel bálsamo, una de cuyas gotas, sostenida en la palma de la mano colocada al sol, la atraviesa, pasando al otro lado.

La conquista ya no importará, si somos discípulos de Khezr, también nosotros podremos pasar sin dificultad a través de este monte Qâf, la montaña esmeralda, cruzaremos la periferia del mundo visible. Entraremos en otra dimensión, nos habremos transformado en algo superior. O por lo menos esto es lo que nos ofrecen todas las mitologías religiosas del mundo.

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