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Meru

A parte de ser una montaña sagrada en varias mitologías, entre ellas la hinduista, es también una montaña real del Himalaya de la India. En esta última década se ha ido poniendo de moda según acudían a ella alpinistas de fama internacional. Antes de que esto ocurriera, y tras nuestra postrera conversación con Miriam Garcia, un grupo de amigos decidimos ir hacia las cumbres del Garhwal a tentar el signo de las cimas.

Éramos jóvenes e ingenuos. No éramos ni jóvenes ni inocentes. Algunos tal vez sí, pero otros no. La juventud es como una quimera y la ingenuidad una excusa. Éramos cuatro párvulos que partíamos a la conquista del mundo. No los mismos cuatro que en un principio empezamos con la idea, puesto que uno de nosotros se descalabró escalando en el Pirineo. Por ello rodeados de cervezas en un oscuro bar de Logroño, Germán me habló de un joven prometedor que aunque apuntaba maneras de divo se dejaría engañar, porque para ser alpinista hay que ser de fácil engatusamiento, un tal Simón recién bajado de la salvaje sierra riojana. Queríamos poseer la fama fácil y vivir del cuento o por lo menos trabajar lo menos posible. Pero Germán pasaba de esa señora, la fama y sus trompetas, y como era nuestro gurú nos convenció para que nos dedicáramos solamente a escalar, que era una actividad que no servía absolutamente para nada y de dónde no se podía esperar ningún beneficio, más bien algún daño físico. El cuarto miembro de la expedición era Juan Carlos, hermano de Germán, era el tesorero, desgraciadamente no existía ningún tesoro que proteger, y no había mucho que administrar puesto que íbamos con lo puesto y dispuestos a gastar lo menos posible. Teníamos alguna idea del espíritu hinduista arraigada en nosotros, como la de que con poco se puede vivir, aunque tuvimos que discutir bastante con los taxistas de Delhi para convencerles de nuestra honradez espiritual. Ya no éramos jóvenes, por lo menos yo, e íbamos a morir en el anonimato acompañados sólo por nuestro ego. Las diarreas y el yoga eran nuestros enemigos y no la montaña que era indiferente a nuestros esfuerzos. Todo salió bien, no se ha sabido nunca si por buena o mala suerte, o por que Shiva nos echó una mano a pesar de nuestra incredulidad. No teníamos claro, ni tan siquiera lo que era el estilo alpino; así que jugamos con el estilo cápsula que nos sonaba a caminos perdidos entre las estrellas. Tampoco hacíamos caso de las previsiones meteorológicas, porque no las teníamos, ni había forma de conexión con el mundo exterior. Nuestras dudas existenciales las consultábamos al shadu de turno, que vivía en una choza cerca del nacimiento del Ganges, donde de entre una nube de marihuana su voz nos iluminaba. En esa ocasión el "Manual del moñas" se nos olvidó en casa ya que nadie rehuía hacer el largo que le tocaba, más bien nos peleábamos por hacer más metros de primero de cuerda, en nuestro esfuerzo de que lo inútil fuera lo más absurdo posible. ¿Por que estábamos colgados de esa pared? Creíamos tener poderosas razones, pero las habíamos olvidado en el trayecto de llegar hasta allí, o nunca las habíamos tenido. La verdad es que éramos un mal ejemplo para nuestros hijos, que por otra parte aún no teníamos.

La diapositiva de cima es un recuadro de cielo azul donde asoman, apenas en la parte inferior, nuestras cabezas. No sabemos si la foto es para dar idea de la inmensidad de lo que nos queda por aprehender, o porque el fotógrafo movió el encuadre cuando se estaba cayendo de espaldas en el abismo.

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