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German

Cuando somos más jóvenes, algunas veces sin quererlo, aprendemos, nos empapamos, de lo que nos aporta la gente con la cual nos rodeamos. En los años ochenta, en La Rioja, me toco vivir esos momentos en los que miramos al mundo con la ingenuidad de la juventud; sin complejos y con ganas de abarcarlo todo. Entonces hubo una serie de personajes, que cada cual a su manera, contribuyeron a formar la visión del orbe y el sentido de la vida que tengo en la actualidad. De todos ellos, a través de los años, el que más a seguido siendo mi gurú por su especial forma de ver y vivir los días ha sido mi amigo German: todos los que lo conocemos enseguida rememoramos su imagen; su gorra y sus patillas de lobo de mar sin puerto, su pitillo eterno consumiendo lentamente los segundos del tiempo, su medio sonrisa burlona con su habla oscura que te envuelve en los rincones de las razones.

Cuando bruscamente en el quehacer diario me veo perdido en las ventanillas de las administraciones, en los pasillos de los papeles, rodeado del cacareo de la moral y las buenas formas. Cuando la red social me envuelve, siempre pienso en que haría o diría este fuera del lugar que es German. Y así, con su inspiración, poder preservar mi identidad, da igual si mejor o peor, decir basta de divagaciones, y seguir mi camino entre tanta maraña de posibilidades que no son mías y que no me interesan.

German es un vagabundo del cosmos. Su mundo es la tierra entera y sus palabras son el hombre. Es un ser de esos que tiene su hogar donde están los amigos en cualquier calle de la creación, y para quienes el trabajo es un medio para conseguir lo justo para pagar el vaso de vino en la barra del bar, mientras las conversaciones, con los decanos del lugar, se tejen arreglando el mundo. Ahora vive en Po y mientras por las mañanas prepara sus papeles, para asistir con sus amigos pakistaníes a las clases de francés, ve como Martín se toma rápido el café para salir huyendo antes de que él lo alcance con su palabra y los dos se pasen el día filosofando, sin afectarles esas cosas mundanas tan importantes que habían decidido hacer al levantarse de la cama.

Conservo las imágenes de los momentos pasados: cuando estábamos anclados en una barcaza en las aguas del Ganges, mirando la salida del sol mientras los Indus acudían a sus abluciones y el humo de los crematorios perfumaban el aire, o conduciendo un gran coche de película de los años setenta surcando las rectas carreteras californianas, trabajando de fontanero esporádico para sacar el dinero necesario para escalar al día siguiente, o terminar camuflado en un autobús entre guerrillas suramericanas. Ahí lo recuerdo, escalando en Yosemite o en la Patagonia, liando un cigarrillo colgado de un misero seguro para fumárselo relajadamente y así tomarse la vida como viene, como los largos, o la escalada; cada cosa en su justo momento, sin tanta seriedad y sin prisa.

Ya desde el primer momento que empezamos a salir a escalar por el mundo él se pagaba de su bolsillo sus salidas más allá de las fronteras. No se quejaba de no tener fondos para ir a las paredes, al mismo tiempo tampoco quería saber nada de ese venderse para conseguir dinero y deber algo a alguien, ni mucho menos que ese deber estuviera relacionado con su pasión por las montañas de la tierra.

Simón un día me hablaba de la energía que derrochaba German en marcar una cierta distancia con el mundo. Pero es que para pensar, saber, ser critico, hace falta más energía que para dejarse llevar por la corriente, incluso para quedarse varado en una curva del río hace falta carácter. Trazarse una idea, un camino, nos supondrá un esfuerzo.

Lo último que he sabido de él es que entrenando en casa, haciendo dominadas en una barra, de esas que se encajan en las puertas, se le soltó y al caer se rompió una pierna. Realmente el peligro en la vida del alpinista acecha de muchas insospechadas maneras. Aunque ya se ha escrito sobre él y algún día sus amigos deberíamos recopilar sus anécdotas, es un escalador anónimo, como la mayoría. Y es que para ser alpinista, buen alpinista, no hace falta salir en la prensa, ni venderse a las casas comerciales, ni hacer grados desorbitados a toda velocidad. Basta con escalar para sí mismo y disfrutarlo con los amigos. Que las ideas exteriores no nos despisten, por ello algunas veces nos hace falta un buen compañero en quien fijarnos para no dispersarnos en la vorágine de este mundo de fantasmas.

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