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Destivelle, Catherine
Catherine y su marido, Eric Decamp, mano a mano están hoyando la cumbre virgen de una montaña en el continente Antártico. Los seres humanos más cercanos, que ellos sepan, se encuentran varios glaciares más allá, a unos sesenta kilómetros de distancia. Eric esta anclado en sus piolets para realizar la tradicional foto de cima. Catherine posa en la arista final de la montaña sin nombre a la cual acaban de subir. De pronto, ve como su pie resbala en la nieve granulada e inestable de esta fría parte del mundo, y poco después como ella se desliza detrás, hacia la cara norte de la montaña. Lentamente empieza a caer y tiene el tiempo suficiente como para pensar en la miseria de morir a causa de un estúpido error. La velocidad se incrementa y siente esa succión de la gravedad que todo alpinista a percibido alguna vez y que es el principio del final; cuando se cae en una grieta, cuando se desploma una cornisa, cuando se desprende una avalancha, cuando salta un anclaje. Sentir que el final a llegado, un torbellino arrasa la mente y se mezclan imágenes de distintos tiempos de nuestro pensamiento en una vorágine eterna. Pero un lapso indefinido después, no sabe si segundos u horas, todo se detiene en un silencio de plomo blanquecino. Catherine sólo oye, como una locomotora desbocada, su propia entrecortada respiración que crea una nube de cristalitos como estrellas a su alrededor. Respira aceleradamente hasta que la mente se le despeja y comprende que de momento esta vez no ha sido el final y puede evaluar los daños. Ha caído de cabeza sobre una plancha de hielo hasta que la tensión de la cuerda la ha retenido veinte metros más abajo. Eric, con voz preocupada, le pregunta como está y cuando ella le responde que se ha dañado un hombro y que tiene la pierna rota con una fractura abierta, este murmura: Merde! Sabe el gran problema en el que están metidos. De momento ella tiene que remontar hasta la arista de la cumbre, pero es optimista, aun le quedan dos brazos y la otra pierna. En principio pensaban bajar por otro itinerario, pero dadas las circunstancias deciden bajar por donde han subido. "Me preocupaba el peligro de congelación. Pero la parte buena era que en la noche antártica el sol iluminaba la cara sur y daba un poco de calor" confiesa Catherine. Llevan una cuerda de cincuenta metros y a base de destrepes y rápeles consiguen en diecisiete horas llegar al pie de la pared. Luego cruzan un glaciar agrietado y alcanzan por fin su tienda donde pueden llamar por radio. Aún tienen que esperar dos días más para que el avión de rescate llegue hasta ellos, ya estaban preparados para recorrer en tres días la distancia que les separaba hasta la base de Patriot Hills, la salvación.
Sin lugar a dudas cuando hablamos de mujeres alpinistas a todos se nos viene a la mente, en un momento u otro, alguna actividad de Catherine Destivelle. Tal vez porque efectúo grandes escaladas, pero también supo realizar películas o libros, como su obra para niños, para transmitir a los demás su pasión. La recuerdo en un techo inacabable en Mali al ritmo de una trompeta que deja agotado al espectador, o en las placas grises del Verdón con una especie de traje de baño rosa en una clásica película que se llamaba "Es peligro asomarse" y en su última aparición en el homenaje espectacular a la escalada en el macizo del Mont Blanc que es "Más allá de las cimas". Y es que para esta francesa nacida en Orán (Argelia) el mundo le era reducido y se dedico a recorrer todos los senderos que la escalada le ofrecía: desde cuando empezó y se le daba bien el bloque en Fontinebleau, pasando por sus victorias en competiciones de escalada deportiva, hasta sus escaladas a ochomiles. No temió probar todas las disciplinas de la montaña: escaladas en solitario, invernales, en libre, en artificial, en hielo, nuevas rutas. Era insaciable en la búsqueda de nuevos retos.
En 1996 acudió a la Antártida con su marido al macizo del Monte Vinson. La mayoría de personas se contentan con repetir, una vez más, la ruta normal de la cumbre más alta del continente, pero ellos preferían la exploración. Penetrar en algún lugar solitario y saber valerse por si mismo. Después de dos días con esquís escalaron en nueve horas una pared de mil quinientos metros a un pico virgen de 4.111m. Y luego demostraron saber sobrevivir a un potencial desastroso accidente.
Y es que es peligroso asomarse...más allá de las cimas.