Éramos inmortales

Maurizio Zanolla

Título: Éramos inmortales
Autor: Maurizio Zanolla
Año: 2018, Mondadori Libri S.p.A.
Idioma original: Italiano
Primera edición en español: 2019, Ediciones Desnivel
Traducción: Rosa Fernández-Arroyo

«Yo no iba a la montaña para morir. Iba para vivir, inmerso en la belleza de la naturaleza, lejos de la contaminación social, de las sofocantes certidumbres y de las falsas seguridades. Era allí donde quería estar en aquel momento de mi vida, para perseguir los sueños y la inutilidad, cada vez más ligero. Había elegido una existencia aventurera y asumía la responsabilidad, sin valoraciones, fines, atajos o imposiciones, y sin reproche alguno».

En ocasiones perdemos el punto de vista del por qué realizamos las cosas, de qué es finalmente lo más importante para nosotros en la vida, por qué estamos en este deporte, la montaña, y no en algún otro. El mundo moderno, que hemos fraguado con su materialismo donde solo valen los números, nos lleva constantemente a olvidarnos de las emociones. Un libro como el de Manolo es como una bocanada de aire fresco, nos recuerda que al final lo que quedará serán los momentos vividos y que después todo se disolverá en la nada. En este libro relata en primera persona cómo eligió enfrentarse a las paredes liberándose de todo, hasta llegar a escalar sin cuerda, movido por la convicción de que la calidad del viaje es más importante que la meta, y de que cada objetivo ha de llevar implícito una forma de compromiso personal.

Maurizio Zanolla. El Mago. O simplemente Manolo. Nació en Feltre, Italia en 1958. Hoy vive con sus hijos y su esposa Cristina en una casa que ha construido con sus propias manos, entre los bosques al pie de la Pala de San Martino, su zona preferida de escalada en los Dolomitas. Se inició en las paredes a los diecisiete años, perteneciendo a esa generación que revoluciono la escalada en los años 80 del siglo pasado; que empezaron a escalar con pesadas botas de cuero, jerséis de lana y pantalones bávaros, repitiendo todas las vías míticas de su época, para inmediatamente comprender que el único camino posible para avanzar era el libre y el uso mínimo de material. Manolo nació el mismo año que Jesús Galvez o el desaparecido Nil Bohigas, para que podamos situarlo cronológicamente. También fue una generación que salía de una Europa pobre y al mismo tiempo ilusionada por un futuro prometedor lleno de ideales libertarios; por ejemplo en el 68 fue el mayo francés y en el 75 murió el dictador de los españoles. Una generación que empezó viajando en autobús, tren o moto, que acampaba donde quería pues la naturaleza no tenia límites. Donde la imagen hippie norteamericana se exporto a todo el planeta; se vivía para escalar y pasarlo bien, y el futuro no importaba.  

«En aquel tiempo me sentía cada vez más seguro. Estaba sumergido en una realidad irreal y el vértigo parecía haber desaparecido, convencido ahora de que el vacío se había convertido en un punto de apoyo. Vivía mi pasión sin obsesiones, a pesar de que continuaba buscando ambiciosamente –a través de los errores y excesos necesarios– un equilibrio que no sabía a dónde me llevaría. Tampoco lograba entender por qué encontraba lo que quería solo allá arriba, donde para lograrlo solo contaba con mis manos. Ya no quería cambiar el mundo, quería vivirlo desde dentro, pero en aquella extensión de libertad empezaba a intuir que, en realidad, nada se podía alcanzar».

Conforme fue repitiendo itinerarios de pared, Manolo junto a otros amigos, fueron de los primeros en liberar vías de artificial en los Dolomitas. Al mismo tiempo empezaron a abrir desde abajo expuestos itinerarios también en libre y sin expansiones. En su afán de búsqueda de nuevos caminos en la escalada y de un mínimo uso de material  también empezó a realizar vías en solo, llegando a ser el máximo exponente de esta modalidad en Italia. Hay que tener en cuenta que Manolo realizo el primer 8a europeo y el primer 8b de Italia, y que ha realizado varios itinerarios de 9a. Pero siempre tubo claro lo que buscaba y así nunca se ha dejado tentar por la competición, y hasta el 2011 no acepto ser entrevistado. Para él la escalada es un mundo privado, donde el disfrute es personal. 

«Solo sé que desde aquel día la vida ha seguido sorprendiéndome sin saber cómo, desarmado, en todo tipo de lugares y circunstancias, a pesar de todas las defensas que intentaba construir a mi alrededor. Hoy, esa torre de mi primera caída solo existe en las viejas postales: se derrumbó, desapareció. Su figura se hizo pedazos antes que la mía. Pero me regaló una precoz percepción: no puedes entender el abismo que se abre bajo tus pies si no te asomas lo suficiente por el borde».

«Éramos inmortales», ya nos resume en su título la intención de su autor: los recuerdos de esa juventud alocada que lo da todo por buscar su camino, que cree que todo es posible y que no hay ningún límite. El relato no es una selección de escaladas, ni de las vías más difíciles, ni una biografía completa, sino una muestra de las experiencias más significativas, más intensas y más conmovedoras de una vida en busca de equilibrio. Una búsqueda incesante desde su juventud, conociendo la montaña, arriesgándose a no tener trabajo (dejo el empleo en una fabrica) para poder volcarse totalmente en su pasión: escalar. Nos habla de sus emociones, de sus amigos y de sus aventuras que lo llevaron cerca del abismo en varias ocasiones y no siempre debido a la escalada.

Lo único que parece que sobra, y aconsejando al lector que se las salte, son las notas a pie de página de Roberto Montovani. Tal vez ayuden a quien desconozca la historia de la escalada a enmarcar las actividades de Manolo, pero rompen la esencia del texto y la filosofía que el autor nos quiere transmitir. En ningún momento en el escrito de Manolo se habla de grados, a no ser que sea para ironizar, y muchas veces no nos habla de las vías que está realizando, solo habla de momentos vividos con sus amigos. 

«De cuando en cuando, me sorprendo rebuscando entre cosas que se han marchado para siempre, tan lejanas que ya no las reconozco, tal vez transformadas por la mutación de los sentimientos y las emociones. Como las metas que he logrado, junto a las que hubiera querido lograr, pero que ni siquiera he conseguido rozar. Sueños que se desvanecen al amanecer, solo aparentemente sin dolor. Encrucijadas que han obligado a tomar decisiones. Rutas emprendidas, paredes escaladas. Vías de las que no sabría decir cuál ha sido la más bella o la más importante. Todo conectado por un único hilo, en un único viaje, junto a los colores y las luces que he sorprendido en la profundidad de los ojos de las personas que me han acompañado, aunque solo haya sido por un breve lapso de tiempo».

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