LARRY McCAFFERY: El ensayo tuyo que sigue a esta entrevista será visto por algunas personas como una apología de la televisión. ¿Cuál es tu respuesta a esa crítica común de que la televisión fomenta las relaciones con las ilusiones o las simulaciones de gente real (siendo Reagan una suerte de ejemplo por excelencia)?
DAVID FOSTER WALLACE: Es un intento de diagnóstico comprensivo, no una apología. La relación de los espectadores americanos con la TV es esencialmente pueril y dependiente, como todas las relaciones que se basan en la seducción. Esto no es noticia. Pero lo que rara vez se reconoce es qué tan complejas e ingeniosas son las seducciones de la tele. Rara vez se reconoce que la relación de los espectadores con la tele es, aunque subjetiva, intricada y poderosa. Es fácil que los escritores más viejos se quejen de la hegemonía de la tele por encima del mercado estadounidense, decir que el mundo se ha ido al demonio y encogerse de hombros y olvidarse de ello. Pero pienso que los escritores más jóvenes se deben una referencia mucho más rica sobre porqué la televisión se ha convertido en una fuerza tan dominante de la conciencia de la gente, si tan sólo porque nosotros, menores de cuarenta años, hemos estado todas nuestras vidas conscientes siendo “parte” de la audiencia de la tele.
Una pareja es un contrato vital entre dos. Un proyecto de vida que iniciamos con intención de que perdure. El paso del tiempo puede hacer que las cosas cambien y tengamos que ir reajustando objetivos, como dice un amigo mío; una relación es un huerto que hay que cuidar día a día, si no lo hacemos puede ocurrir que luego ya sea demasiado tarde para recuperarla. También puede pasar que la relación empiece a ir mal, a distanciar a sus componentes. Entonces habrá que dialogar y replantear que espera y que quiere o puede dar a cambio cada uno.
MILAREPA: Mago y místico Tibetano. En nuestra acepción vamos a decir Iluminado. ELECTRON: Partícula elemental que da vueltas por alguna parte alrededor de un núcleo atómico. Cuando se aniquila con su antipartícula produce un fotón virtual. Vamos a poner que ilumina. (A los interesados que como mínimo yo sepa son dos).
Hay juegos realmente extraños con normas, tan simples, que su exquisita absurdidad fascina. Juegos donde toda predicción es equivocada. Donde el único movimiento ganador es el que evita toda jugada. Quién de nosotros no ha intentado ganar al tres en raya. Un simple trazo en una hoja de papel, en el suelo y ninguna estrategia que conduzca a la victoria. Pero, vamos a complicarlo más, pongamos cinco fichas y tenemos un go-moku, el juego de las cinco piedras japonés. Muchos son los que creen que el segundo es quien parte con ventaja. Aunque, paradojas como siempre, si yo salgo con el mas ingenuo de mis movimientos obligo al segundo a ser primero y yo... ya soy segundo. Que raras son las cosas.
Quiero ser Jep Gambardella. No se trata de ningún alpinista estadounidense de padre italiano, sino de un personaje de ficción de 65 años, protagonista de una película soberbia titulada La Gran Belleza. Si no la han visto, peor para ustedes. Sólo deseo que no hayan preferido quedarse en casa viendo en el ordenador vídeos de escalada y similares. Después de leer esto, muchos desearán también ser Jep Gambardella, pero yo lo manifesté primero. No lo olviden. Los que esperen encontrar en las siguientes líneas una mínima referencia, alusión o metáfora acerca del alpinismo, pueden dejar de leer.
“Necesitamos enfrentarnos a nuestros miedos, por dignidad”
El genial alpinista polaco, un mito silencioso, destapa su poderoso mundo interior, más propio de un artista que de un montañero.
Durante décadas, Wojciech Kurtyka (Polonia, 1947) ha sido un misterio para los entusiastas del alpinismo: más allá de sus geniales, comprometidas y adelantadas a su época aperturas en el Himalaya, éste inmenso alpinista apenas dejó rastro alguno que revelase un mundo interior que sus allegados describían como poderoso. Entrevistarle se convirtió en un ejercicio más complicado que repetir aperturas tan descomunales como la protagonizada en la pared oeste del Gasherbrum IV (7.925 m), donde permaneció junto a Robert Schauer ocho días. Fue en 1985, y si el alpinismo se mide en términos de valor, nadie ha superado semejante marca. Con todo, Kurtyka a menudo supo renunciar, darse la vuelta, evitar situaciones de peligro: siempre tuvo a mano la compañía del miedo, como estímulo y como freno, según reconoce ahora en El Maharajá Chino, su primera y muy sorprendente novela.
«Esta es mi costumbre, pero tú hazlo a tu modo».
Terencio, Heaut, I, 1, 28. Citado por Montaigne.
Cuando un grupo de «alpinistas» se junta, cuando el jurado del Piolet d’Or se reúne, no existe el problema de una definición de Alpinismo, ya que hay un acuerdo tácito sobre el significado de lo que se está hablando entre los practicantes de esta disciplina.
La única mujer premiada con el máximo galardón que concede el alpinismo, fallece en un accidente de montaña.
Desde hace casi un cuarto de siglo, el mundo del alpinismo premia las mejores actividades del año, entregando a sus protagonistas un simbólico piolet de oro. La japonesa Kei Taniguchi, fallecida el pasado 22 de diciembre en su país, en el Monte Kuro, es la única mujer galardonada con tan prestigioso premio. Fue en 2009, el año de la refundación de unos premios que decidieron no señalar ganadores o perdedores: «Los galardonados son los embajadores de un arte, una pasión», explicó entonces el británico Doug Scott. Entre el 26 de septiembre y el 7 de octubre de 2008, Taniguchi y su compañero Kazuya Hiraide firmaron en estilo alpino la primera ascensión a la cara del Sudoeste del Kamet (7.756 metros, India), un alucinante viaje de exploración en un terreno comprometido de alta montaña. El galardón zanjó para siempre el debate de los géneros en montaña: las mujeres alpinistas son tan grandes como los hombres. Tamaña realidad solo es contestada por un cada vez más aislado y rancio pensamiento de macho alfa.